La Fragilidad del Espíritu: La Resistencia y la Ruptura en la Condición Humana

El otro día leímos en clase "Montaigne de la tristeza" y me pereció muy interesante lo que expresó este texto.

Este texto nos cuenta cómo las personas pueden soportar mucho dolor antes de llegar a su límite y desmoronarse. Muestra que a veces, lo que parece ser una reacción desproporcionada a una pequeña pérdida, es en realidad la gota que colma el vaso. 

El autor usa ejemplos históricos para ilustrar su punto. Primero, nos habla del rey egipcio Psamenito, que no mostró ninguna emoción cuando vio a su hija convertida en sirvienta y a su hijo condenado a muerte. Pero cuando vio a un amigo entre los prisioneros, se rompió y empezó a golpearse la cabeza en desesperación. Esto nos dice que su tristeza había estado acumulándose y, finalmente, no pudo contenerla más.

Luego, el texto menciona a un príncipe que, tras perder a dos hermanos, logró mantener la calma, pero se desmoronó cuando murió uno de sus sirvientes. Esto subraya la idea de que las personas pueden aguantar mucho sufrimiento, pero una pequeña cosa puede hacer que todo ese dolor reprimido salga a la superficie.

El autor también menciona una antigua pintura del sacrificio de Ifigenia, donde el pintor cubrió el rostro del padre porque no había manera de representar la profundidad de su dolor. Además, hace referencia a Niobe, quien después de perder a todos sus hijos, se convirtió en piedra por la magnitud de su tristeza.


Esta gran observación sobre como las personas podemos aguantar tanto pero a la vez rompernos por algo tan insignificante, me ha dado la idea de realizar un diálogo entre un filósofo y un artista.


*Filósofo*: La tristeza, esa emoción tan extraña. Yo, personalmente, me considero uno de los más exentos de esta pasión. No siento hacia ella ni inclinación ni amor, aunque la sociedad la honre como justa remuneración. Se disfrazan con ella la sabiduría, la virtud, la conciencia; feo y estúpido ornamento. ¿No es curioso?

*Artista*: Sí, es curioso. Los italianos, más cuerdos, la llaman malignidad, porque es una cualidad siempre perjudicial, siempre loca y como tal, siempre cobarde y baja. ¿Sabías que los estoicos prohibían la tristeza a sus discípulos?

*Filósofo*: Claro, cuenta la historia que Psamenito, rey de Egipto, habiendo sido derrotado y hecho prisionero por Cambises, rey de Persia, vio a su hija convertida en sirviente y a su hijo conducido a la muerte, y sin embargo, él permaneció impasible. Pero cuando observó que uno de sus amigos iba entre los cautivos, comenzó a golpearse la cabeza y a dejarse ganar por la desolación.

*Artista*: Sí, es una reacción sorprendente. Me recuerda a un príncipe que, habiendo sabido de la muerte de sus hermanos, mantuvo una resignación ejemplar. Pero cuando uno de sus servidores murió, perdió la calma y se llenó de ostensible pena. Alguien podría pensar que sólo la última desgracia le afectó realmente, pero en realidad, estaba saturado de tristeza y cualquier pequeña añadidura hizo que su sentimiento se desbordase.

*Filósofo*: Justamente. Cambises preguntó a Psamenito por qué no se había conmovido ante la desgracia de sus hijos, pero sí ante la de su amigo. Y Psamenito respondió que solo el último dolor pudo expresarse en lágrimas; los dos primeros sobrepasaron todo medio de expresión.

*Artista*: Esa historia me recuerda a un pintor de la antigüedad. Al representar el sacrificio de Ifigenia, mostró el duelo de los asistentes según el grado de pesar. Pero al llegar al padre de la víctima, lo representó con el rostro cubierto, como si ninguna actitud humana pudiera expresar tanta amargura.

*Filósofo*: Exacto, la misma idea se encuentra en la mitología. Los poetas nos presentan a Niobe, que perdió primero siete hijos y luego siete hijas, transformada en roca por el dolor. A veces, el sufrimiento es tan grande que nos deja mudos, como si nada pudiera realmente expresarlo.

*Artista*: Es una perspectiva poderosa. La tristeza nos muestra la profundidad de nuestras emociones, pero también la limitación de nuestra capacidad para expresarlas. Como en el caso de Psamenito o el príncipe, el dolor acumulado puede llevarnos al límite.

*Filósofo*: Así es. Quizás deberíamos aprender a enfrentar nuestra tristeza con más sabiduría y menos temor. Después de todo, cada momento es la muerte del anterior, y temer a la muerte de una vez por todas es tan absurdo como llorar por no haber vivido mil años atrás.

*Artista*: De acuerdo. La tristeza es inevitable, pero no tiene que dominarnos. Podemos aprender a vivir con ella, a entenderla y, tal vez, incluso a transformarla en algo significativo, como el arte o la filosofía.





Sara




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