LOS VIAJES DE GULLIVER.

 En literatura Universal con Luisa leímos un fragmento del libro Los viajes de Gulliver, en está entrada me gustaría hacer una pequeña introducción sobre el libro y luego comentar un poco el fragmento hablando sobre lo que e sentido leyendo esté fragmento.


"Los Viajes de Gulliver" es una novela satírica escrita por Jonathan Swift. La historia sigue las aventuras del cirujano y navegante Lemuel Gulliver, quien viaja a tierras lejanas y extraordinarias. A lo largo de sus viajes, Gulliver se encuentra con sociedades peculiares que satirizan aspectos de la sociedad y la política de la Inglaterra del siglo XVIII.  







FRAGMENTO


LOS VIAJES DE GULLIVER. JONATHAN SWIFT

" Golbasto Momaren Evlame Gurdilo Shefin Mully Ully Gue, muy poderoso emperador de Liliput, delicia
y terror del universo, cuyos dominios se extienden cinco mil blustrugs -unas doce millas en circunferencia-
hacia los confines del globo; monarca de todos los monarcas, más alto que los hijos de los hombres, cuyos
pies oprimen el centro del mundo y cuya cabeza se levanta hasta tocar el Sol; cuyo gesto hace temblar las
rodillas de los príncipes de la tierra; agradable como la primavera, reconfortante como el verano, fructífero
como el otoño, espantoso como el invierno. Su Muy Sublime Majestad propone al Hombre-Montaña,
recientemente llegado a nuestros celestiales dominios, los artículos siguientes, que por solemne juramento él
viene obligado a cumplir:
Primero. El Hombre-Montaña no saldrá de nuestros dominios sin una licencia nuestra con nuestro gran sello.
Segundo. No le será permitido entrar en nuestra metrópoli sin nuestra orden expresa. Cuando esto suceda,
los habitantes serán avisados con dos horas de anticipación para que se encierren en sus casas.
Tercero. El citado Hombre-Montaña limitará sus paseos a nuestras principales carreteras, y no deberá
pasearse ni echarse en nuestras praderas ni en nuestros sembrados.

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Cuarto. Cuando pasee por las citadas carreteras pondrá el mayor cuidado en no pisar el cuerpo de ninguno
de nuestros amados súbditos, así como sus caballos y carros, y en no coger en sus manos a ninguno de
nuestros súbditos sin consentimiento del propio interesado.
Quinto. Si un correo requiriese extraordinaria diligencia, el Hombre-Montaña estará obligado a llevar en su
bolsillo al mensajero con su caballo un viaje de seis días, una vez en cada luna, y, si fuese necesario, a
devolver sano y salvo al citado mensajero a nuestra imperial presencia.
Sexto. Será nuestro aliado contra nuestros enemigos de la isla de Blefuscu, y hará todo lo posible por
destruir su flota, que se prepara actualmente para invadir nuestros dominios.
Séptimo. El citado Hombre-Montaña, en sus ratos de ocio, socorrerá y auxiliará a nuestros trabajadores,
ayudándoles a levantar determinadas grandes piedras para rematar el muro del parque principal y otros de
nuestros reales edificios.
Octavo. El citado Hombre-Montaña entregará en un plazo de dos lunas un informe exacto de la
circunferencia de nuestros dominios, calculada en pasos suyos alrededor de la costa.
Noveno. Finalmente, bajo su solemne juramento de cumplir todos los anteriores artículos, el citado Hombre-
Montaña dispondrá de un suministro diario de comida y bebida suficiente para el mantenimiento de 1.724 de
nuestros súbditos, y gozará libre acceso a nuestra real persona y otros testimonios de nuestra gracia. Dado en
nuestro palacio de Belfaborac, el duodécimo día de la nonagésimaprimera luna de nuestro reinado. "

CAPÍTULO IV.
   
La noción de los houyhnhnms acerca de la mentira. -El discurso del autor, desaprobado por su amo. -El
autor da una más detallada cuenta de sí mismo y de los incidentes de su viaje. Me oyó mi amo con grandes
muestras de inquietud en el semblante, pues dudar o no creer son cosas tan poco conocidas en aquel país,
que los habitantes no saben cómo conducirse en tales circunstancias. Y recuerdo que en frecuentes
conversaciones que tuve con mi amo respecto de la naturaleza humana en otras partes del mundo, como se
me ofreciese hablar de la mentira y el falso testimonio, no comprendió sino con gran dificultad lo que quería
decirle, aunque fuera de esto mostraba grandísima agudeza de juicio. Me argüía que si el uso de la palabra
tenía por fin hacer que nos comprendiésemos unos a otros, este fin fracasaba desde el instante en que alguno
decía la cosa que no era; porque entonces ya no podía decir que nadie le comprendiese, y estaba tanto más
lejos de quedar informado, cuanto que le dejaba peor que en la ignorancia, ya que le llevaba a creer que una
cosa era negra cuando era blanca, o larga cuando era corta. Éstas eran todas las nociones que tenía acerca de
la facultad de mentir, tan perfectamente bien comprendida y tan universalmente practicada entre los
humanos. Pero dejemos esta digresión. Cuando aseguré a mi amo que los yahoos eran los únicos animales
dominadores de mi país -lo que declaró que iba más allá de su comprensión-, quiso saber si había
houyhnhnms entre nosotros y a qué se dedicaban. Díjele que los teníamos en gran número y que en verano
pacían en los campos y en invierno se los mantenía con heno y avena, encerrados en casas donde sirvientes
yahoos se dedicaban a lustrarles la piel, peinarles las crines, limpiarles las patas, darles la comida y hacerles
la cama. «Te comprendo perfectamente -dijo mi amo-; y de todo lo que has hablado se desprende con toda
claridad que, cualquiera que sea el grado de razón que los yahoos se atribuyen, los houyhnhnms son vuestros
amos. Bien quisiera yo que nuestros yahoos fuesen tan tratables.» Rogué a su señoría que se dignase

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excusarme de continuar, porque estaba cierto de que los informes que esperaba de mí habían de serle
sumamente desagradables. Pero él insistió en exigirme que le enterase de todo, bueno y malo, y yo le dije
que sería obedecido. Reconocí que nuestros houyhnhnms, que nosotros llamábamos caballos, eran los más
generosos y bellos animales que teníamos, y que se distinguían por su fuerza y su ligereza; y cuando
pertenecían a personas de calidad que los empleaban para viajar, correr en concursos o arrastrar carruajes,
eran tratados con gran regalo y atención, hasta que contraían alguna enfermedad o se despeaban. Llegado
este caso, eran vendidos y dedicados a las más ingratas faenas hasta su muerte, y después de ella se les
arrancaba la piel, que era vendida para varios usos, y se dejaba el cuerpo para que lo devorasen perros y aves
de rapiña. Mas los caballos de raza corriente no tenían tan buena fortuna, pues estaban en manos de
labradores y carreteros, que les hacían trabajar más y les daban de comer peor. Describí lo mejor que pude
cómo montamos a caballo, la forma y el uso de la brida, la silla, la espuela y el látigo, el arnés y las ruedas.
Añadí que les fijábamos planchas de cierta materia dura, llamada hierro, en los extremos de las patas, para
evitar que se les rompiesen los cascos contra los caminos empedrados, por donde caminábamos con
frecuencia. Mi amo, después de algunas expresiones de gran indignación, se asombró de que nos
arriesgásemos a subirnos en el lomo de un houyhnhnm, pues estaba seguro de que el más débil criado de su
casa era capaz de sacudirse al yahoo más fuerte, o de aplastarle echándose al suelo y revolcándose sobre el
lomo. Le contesté que nuestros caballos eran amaestrados desde que tenían tres o cuatro años según el uso a
que se destinaba a cada cual; que si alguno resultaba extremadamente indócil, se le dedicaba al tiro; que se
les pegaba duramente cuando eran jóvenes, por cualquier travesura, y que, indudablemente, eran sensibles a
la recompensa y al castigo. Pero su señoría se sirvió considerar que tales houyhnhnms no tenían el menor
rastro de entendimiento, ni más ni menos que los yahoos de su país. Me costó recurrir a numerosas
circunlocuciones el dar a mi amo idea exacta de lo que decía, pues su idioma no es abundante en variedad de
palabras, porque las necesidades y pasiones de ellos son menos que las nuestras. Pero es imposible pintar su
noble resentimiento por el trato salvaje que dábamos a la raza houyhnhnm. Dijo que si era posible que
hubiese un país donde solamente los yahoos estuvieran dotados de razón, sin duda deberían ser el animal
dominador, porque, a la larga, siempre la razón prevalecerá sobre la fuerza bruta. Pero considerando la
hechura de nuestro cuerpo, y particularmente del mío, pensaba que no existía un ser de parecida corpulencia
tan mal conformado para emplear el tal raciocinio en los fines corrientes de la vida; por lo cual me preguntó
si aquellos entre quienes yo vivía se parecían a mí o a los yahoos de su tierra. Le aseguré que yo estaba
formado como la mayor parte de los de mi edad, pero que los jóvenes y las hembras eran mucho más tiernos
y delicados, y la piel de las últimas tan blanca como la leche, por regla general. Díjome que, sin duda, yo me
diferenciaba de los otros yahoos en ser mucho más limpio y no tan extremadamente feo; pero en punto a
ventajas positivas, pensaba que las diferencias iban en perjuicio mío. Ni las uñas de las patas delanteras ni
las de las traseras me servían para nada. En cuanto a las patas delanteras, no podía darles en realidad tal
nombre, ya que nunca había visto que anduviese con ellas; eran demasiado blandas para apoyarse en el
suelo; generalmente las llevaba descubiertas, y las cubiertas que a veces les ponía no eran de la misma forma
ni resistencia que las que llevaba en las patas de atrás. No podía marchar con seguridad, pues si se me
escurría una de las patas traseras daría en tierra con mi cuerpo inevitablemente. Comenzó luego a poner
faltas a otras partes de mi cuerpo: lo plano de mi cara, lo prominente de mi nariz, la colocación delantera de
mis ojos, de modo que no podía mirar a los lados sin volver la cabeza, que no podía comer sin levantar hasta
la boca una de las patas delanteras, remos éstos que la Naturaleza me había dado, por consiguiente,
respondiendo a tal necesidad. No sabía para qué podrían servirme aquellas rajas y divisiones de las patas de
delante; éstas eran demasiado blandas para soportar la dureza y los filos de las piedras sin una cubierta hecha
de la piel de algún otro animal; todo mi cuerpo necesitaba contra el calor y el frío una defensa, que tenía que
ponerme y quitarme todos los días, con el fastidio y la molestia consiguientes. Y, por último, él había

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observado que en su país todos los animales aborrecían naturalmente a los yahoos, que eran evitados por los
más débiles, y apartados por los más fuertes; así que, aun suponiendo que estuviésemos dotados de razón, no
podía comprender cómo era posible curar esa natural antipatía que todos los seres demostraban por nosotros,
ni, por lo tanto, cómo podíamos amansarlos y servirnos de ellos. No obstante, dijo que no discutiría más la
cuestión, porque tenía los mayores deseos de conocer mi historia, en qué país había nacido y los diversos
actos y acontecimientos de mi vida hasta que había llegado allí. Le aseguré que tendría grandísimo gusto en
darle en todos los puntos entera satisfacción; pero dudaba mucho de que me fuese posible explicarme en
algunas materias de que su señoría no tenía seguramente la más pequeña idea, pues no veía yo en su país con
qué poder compararlas. Sin embargo, haría cuanto estuviese en mi mano y me esforzaría por expresarme con
símiles, y le suplicaba humildemente su ayuda para cuando me faltase la palabra propia, asistencia que se
dignó prometerme. Le dije que había nacido de padres honrados, en una isla llamada Inglaterra, muy
apartada de su país, a tantas jornadas como el criado más robusto de su señoría pudiese hacer durante el
curso anual del sol. Que me hicieron cirujano, oficio que consistía en curar heridas y daños del cuerpo
recibidos por azar o por violencia. Que mi país estaba gobernado por una hembra del hombre, llamada reina.
Que yo salí de él para obtener riquezas con que mantenerme y mantener a mi familia cuando regresara. Que
en mi último viaje yo era capitán del barco y llevaba cincuenta yahoos a mis órdenes, muchos de los cuales
murieron en el mar, por lo que tuve que substituirlos con otros recogidos en diferentes naciones. Que nuestro
barco estuvo dos veces en riesgo de irse a pique: la primera, a causa de una tempestad, y la segunda, por
haber embestido contra una roca. Al llegar aquí me interrumpió mi amo preguntándome cómo había podido
persuadir a extranjeros de otras naciones a aventurarse conmigo, después de las pérdidas que ya había
sufrido y los peligros en que me había encontrado. Le dije que eran gentes de suerte desesperada, forzada a
huir de los lugares en que habían nacido a causa de su pobreza o de sus crímenes. Unos estaban arruinados
por pleitos; a otros fuéseles cuanto tenían tras la bebida, el lupanar y el juego; otros escapaban por traición;
muchos, por asesinato, hurto, envenenamiento, robo, perjurio, falsedad, acuñación de moneda falsa,
prófugos de su bandera o desertores al campo enemigo, y la mayor parte habían quebrantado prisión.
Ninguno de los tales se atrevía a volver a su país natal por miedo de morir ahorcado o de hambre en una
cárcel; y de consiguiente, se veían en la necesidad de buscar medio de vida en otros sitios. Durante este
discurso mi amo se dignó interrumpirme varias veces. Había yo empleado muchas circunlocuciones para
pintarle la naturaleza de los diferentes crímenes que habían forzado o, la mayor parte de los que formaban la
tripulación a huir de su país. Consumí en esta tarea varios días de conversación, primero que pudiese
comprenderme. No le cabía en la cabeza cuál podría ser la conveniencia o la necesidad de practicar aquellos
vicios, lo que yo intenté aclararle dándole alguna idea de los deseos de pobres y ricos, de los efectos terribles
de la lujuria, la intemperancia, la maldad y la envidia. Tuve que definirlo y describirlo todo poniendo
ejemplos y haciendo suposiciones; después de lo cual, como si su imaginación hubiera recibido el choque de
algo jamás visto ni oído, alzó los ojos con asombro e indignación. El poder, el gobierno, la guerra, la ley, el
castigo y mil cosas más no tenían en aquel idioma palabra que los expresara, por lo que encontré dificultades
casi insuperables para dar a mi amo idea de lo que quería decirle. Pero como tenía excelente entendimiento,
desarrollado por la observación y la plática, llegó, por fin, a un conocimiento suficiente de lo que es capaz
de hacer la naturaleza humana en las partes del mundo que habitamos nosotros, y me pidió que le diese
cuenta en particular de esa tierra que llamamos Europa, y especialmente de mi país.


COMENTARIO


 Al leer el principio del fragmento no entendía nada, hablaban de un universo, un hombre montaña que no tenía sentido, luego a medida que leía el fragmento me sorprendía las leyes que tenían entre ellos. Luego entendí que el que hablaba sobre esas leyes era el líder de aquel pueblo o lugar extraño pero sobre todo sentí tristeza por aquellos caballos e indignación al conocer como los trataban ya que no se lo merecían.

Cuando Gulliver tiene una pelea con su "amo" sobre la humanidad, reflexione durante unos segundos mientras lo leía entendí que el libro hace una crítica hacía la sociedad humana, presentando la perspectiva de los "houyhnhnms" como una especie completamente racional y virtuosa, mientras que los humanos ("yahoos") son retratados como seres llenos de vicios y defectos.

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