Frankenstein: El Despertar de la Criatura

Al rededor de una semana, en clase estuvimos leyendo un fragmento muy interesante de Frankenstein, al leer la primera parte me gusto utilizar la opción de comentarla ya que me parecido interesante como describe al mismísimo Frankenstein. Con la segunda parte he creado un poema ya que cuenta como lo vive y es muy atractivo leer como lo describe.


Primero os añado estos 2 partes.

Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la

agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa

inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y

la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos

amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.


Primera parte: La creación del monstruo:

¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito

trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por

hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y

arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que

resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas

en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.


Segunda parte: El monstruo cuenta lo que ha vivido.

Recuerdo con gran dificultad el primer período de mi existencia; todos los sucesos se me aparecen confusos

e indistintos. Una extraña multitud de sensaciones se apoderaron de mí y empecé a ver, sentir, oír y oler,

todo a la vez. (...) La luz se me hacía más y más intolerable; el calor me incomodaba sobremanera, así que

caminé buscando un lugar sombreado. Llegué hasta el bosque de Ingolstadt, (...) Era una pobre criatura,


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indefensa y desgraciada, que ni sabía ni entendía nada. Lleno de dolor me senté y comencé a llorar. Poco

después, una tenue luz iluminó el cielo, dándome una sensación de bienestar. Me levanté, y vi emerger una

brillante esfera de entre los árboles. La observé admirado. Se movía con lentitud, pero su luz alumbraba lo

que había alrededor, y volví a salir en busca de bayas. Aún tenía frío, cuando debajo de un árbol encontré

una enorme capa, con la que me cubrí, y me senté de nuevo. No tenía ninguna idea clara, todo estaba

confuso. Era sensible a la luz, al hambre, a la sed y a la oscuridad; me llegaban incontables sonidos y

múltiples olores. Lo único que distinguía con claridad era la brillante luna,. (...) La noche anterior había

caído una gran nevada, y los campos aparecían uniformemente blancos. El panorama era desconsolador, y

noté que la húmeda sustancia fría que cubría el suelo me helaba los pies. Eran cerca de las siete de la

mañana, y quería encontrar cobijo y comida. (...) y, atraído por el calor del sol, que hacía brillar la nieve, me

decidí a reemprender mi viaje; metí lo que quedaba del desayuno en un zurrón que encontré, y emprendí

camino campo a través durante algunas horas, hasta que al anochecer llegué a una aldea. ¡Qué hermosa me

pareció! Las cabañas, las casitas más limpias y las haciendas atrajeron por turno mi atención. Las verduras

en los huertos, y la leche y queso colocados en las ventanas, me abrieron el apetito. Entré en una de las

mejores casas; pero apenas si había puesto el pie en el umbral cuando unos niños empezaron a chillar, y una

mujer se desmayó. Todo el pueblo se alborotó; unos huyeron, otros me atacaron hasta que, magullado por

las piedras y otros objetos arrojadizos, escapé al campo. Me refugié temerosamente en un cobertizo de techo

bajo, vacío, que contrastaba poderosamente con los palacios que había visto en el pueblo. Este cobertizo, sin

embargo, estaba adosado a una casa de aspecto bonito y aseado, pero tras mi reciente y desafortunada

experiencia no me atreví a entrar en ella. Mi refugio era de madera, pero de techo tan bajo, que apenas podía

permanecer sentado sin tener que agachar la cabeza. No había madera en el suelo, que era de tierra, pero

estaba seco; y aunque el viento se filtraba por numerosas rendijas, encontré que era un asilo agradable para

protegerme de la nieve y la lluvia.


-Comentario sobre la primera parte

Esta descripción del monstruo es fascinante y evoca una mezcla de horror y asombro. La elección de palabras para resaltar la contradicción entre la belleza superficial y la monstruosidad subyacente es impactante. Resulta intrigante cómo el autor utiliza términos como "hermosos" y "largo y lustroso" para describir partes del engendro, creando un contraste chocante con la realidad espeluznante de sus ojos acuosos, su piel amarillenta y su rostro arrugado.

El uso de la exclamación "¡Hermosos!: ¡santo cielo!" parece enfatizar la sorpresa y la incredulidad de Frankenstein ante la creación que, a pesar de sus aspectos estéticamente agradables, termina siendo una aberración. La cuidada elección de detalles, como los dientes blancos y el pelo negro, sirve para destacar la monstruosidad que yace debajo de la aparente perfección física.


-Poema sobre la segunda parte

En bosques de confusión mi existencia nació,

sensaciones múltiples, un caos que abrazó.

Luz intolerable, calor que incomoda,

caminé buscando sombra, mi vida a la deriva.


En Ingolstadt, un bosque fue mi refugio,

pobre criatura, sin entender el bullicio.

Lágrimas caían como un río desbordado,

una luz tenue en el cielo, mi ser iluminado.


Una esfera brillante emergió de los árboles,

moviéndose con lentitud, despejando mis males.

Bajo un árbol encontré una capa gigante,

me cubrí del frío, en confusión constante.


Sensible a la luz, al hambre, a la sed,

sonidos y olores, todo a mi alrededor sin red.

La brillante luna, mi única guía clara,

en la nevada noche, el paisaje se aclara.


Cerca de las siete, la mañana se alza,

un mundo blanco, una escena sin calma.

Con frío en los pies, la nevada me hiela,

en busca de cobijo y comida, mi travesía se revela.


Atravesando campos durante horas sin fin,

al anochecer, una aldea aparece ante mí.

Cabañas y casitas, un festín visual,

huertos con verduras, mi apetito espiral.


En una casa entro, con esperanza y deseo,

pero chillidos de niños, una mujer en deseo.

El pueblo alborotado, piedras lanzadas al vuelo,

escapo magullado, un refugio en desvelo.


En un cobertizo de techo bajo, encuentro asilo,

lejos de los palacios, mi hogar humilde y sencillo.

Con madera y tierra, mi refugio imperfecto,

protección de nieve y lluvia, mi rincón perfecto.




Sara 







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